viernes, enero 19, 2007

Añeja esperanza




Cada mañana un encuentro,
y en cada encuentro la misma rutina,
siempre de pié en la misma esquina.
Cuarenta y pico de años, traje azul raído,
zapatos impares… Sin nombre, sin apellido.

Hoy es solo un guiñapo implorante,
y nunca falta un caminante,
que a su causa decida socorrer.
Poco le interesa ya comprender
cómo aquel óbolo llega día a día.

Vivir es solo un sueño, que a veces sueña,
en el que ya no es más una brizna dentro de la maraña,
sino un ser dilecto y respetado,
alguien que aspira y respira,
y quien siempre será recordado.

Fenecer es solo cuestión de tiempo,
cualquiera, incluso él, conoce su fatal destino.
Ignora cuándo, pero sabe cómo encontrar el camino,
la ruta al sempiterno exilio, a su ya no estar.
Titubea… ¡Cómo extrañará no sentir más ese añejo en el paladar!

Un arco iris surca el cielo en esta nublada alborada,
nadie advierte su fugaz presencia, todos marchan ensimismados.
El traje azul raído y los zapatos impares, ahora yacen empapados,
la lluvia ha ganado la batalla… La misma esquina ya no lo es más,
sólo el alba fue testigo del reencuentro con su amada.


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