viernes, noviembre 23, 2007

Viernes day


Hay días en los que sin un motivo en particular te sientes inmensamente triste. Son de esas tardes en que el frío se hace más profundo, la oscuridad se nos viene encima y de repente nos da la sensación de que quisiera devorarnos. Te ves al espejo sin realmente observarte. Te pones el saco marrón, te envuelves en la bufanda, y sales más lentamente que de costumbre. Pareciera que intencionalmente demoras tu partida.

Te despides con una mueca que pretende parecerse a una sonrisa. Y sales. El frío te persigue por toda la avenida, pero sucumbe a tu indeferencia. Distingues entre el tráfico una cara conocida. Presurosamente esquivas los vehículos y cruzas atrás del suyo. Luego continúas sin volver la mirada. Te detienes en un cajero automático. Te molesta la conversación del remedo de niña rica delante tuyo: botas, falda a cuadros, chaqueta. “Gorda espantosa” te dices. Y sin querer su conversación telefónica interrumpe tus cavilaciones. Presume de sus compras navideñas, y no para de hablar mientras retira su dinero. Por fin se va y te da el chance de sacar los cien quetzales para tus gastos de fin de semana. Retiras tu dinero y caminas presurosa. Alguien se acerca a ti. Es la cacatúa con botas de nuevo. Parece preguntarte si “terminó su operación” antes de que empezaras la tuya. Su egocentrismo te termina de enfadar. La ignoras con obvia intención, y la dejas atrás.

Sorteas otros cuantos vehículos y llegas sin presteza a la parada. Te sientas tranquilamente segura de que la espera será larga. Se acerca el primer bus. Pacientemente observas como los pasajeros luchan por subirse. La mayoría se va y parece que queda un espacio en el último escalón. La comodidad de tu butaca no te permite correr y ocuparlo. Tres minutos más. Viene el segundo: para tu desilusión trae suficiente espacio para los pocos que aún esperan. El viaje transcurre sin mayores interrupciones. La noche ha cubierto el horizonte. Sigues caminando sin premura. Por la calle sólo te acompañan los mismos pasos tristes. Delante tuyo observas a tu propia sombra, tan triste y solitaria como tú. Las mismas seis calles de cada día, la misma gente y su bullicio. Idéntica escena, idéntico entorno… la única disímil pareces ser tú.

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